Negocios y Empresas

19 de septiembre de 2025

Discípulos de Musk: éxito sin fiestas ni alcohol, solo trabajo intenso

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19 de septiembre de 2025

Discípulos de Musk: éxito sin fiestas ni alcohol, solo trabajo intenso

Descubre cómo la boda millonaria de Jeff Bezos y Lauren Sánchez en Venecia refleja el cambio en hábitos de consumo entre los ricos y emprendedores de Silicon Valley, donde el alcohol pierde protagonismo frente a la productividad y la sobriedad. Análisis exclusivo sobre la nueva generación de tecnobros que priorizan el trabajo intenso y la longevidad, dejando atrás las fiestas tradicionales.

La sobriedad de Silicon Valley: cómo los nuevos líderes tech están cambiando las reglas del juego

Mientras la boda de Jeff Bezos y Lauren Sánchez en Venecia acapara titulares por su “modestia” de 15 millones de euros, en Silicon Valley se está gestando una revolución silenciosa: la cultura del alcohol está en declive entre los jóvenes emprendedores tecnológicos. Las estadísticas globales lo confirman: el consumo de vino ha caído un 21% en los últimos años, y la tendencia es aún más marcada entre las nuevas generaciones de innovadores.

El cambio no es casual. Figuras como Sam Altman (OpenAI) y Mark Zuckerberg (Meta) han declarado públicamente su abstinencia, prefiriendo la productividad y la claridad mental a las copas en las reuniones. Elon Musk, aunque conocido por sus excentricidades, también evita el alcohol, optando por microdosis de ketamina, una tendencia en auge en Silicon Valley. Jeff Bezos es la excepción: disfruta del vino, pero siempre con moderación.

Esta nueva ética se refleja en el día a día de las startups. Los jóvenes fundadores han desterrado los brindis y las fiestas regadas de alcohol. Ahora, las reuniones importantes se celebran en saunas, gimnasios o incluso durante largas jornadas de programación. El alcohol ha dejado de ser el lubricante social; la eficiencia y la ambición lo han reemplazado.

Un reciente reportaje de The Wall Street Journal destaca cómo los emprendedores que han pasado por aceleradoras como Y Combinator —cuna de empresas como Airbnb— priorizan el trabajo por encima de todo. Marty Kausas, fundador de Pylon, presume de semanas de 92 horas laborales y vacaciones interrumpidas por el estrés de construir una empresa valorada en miles de millones. “¿Por qué ir a un bar si puedo estar creando una compañía?”, resume una joven fundadora de fintech.

La cultura de la oficina 24/7 se ha institucionalizado. Empresas como Corgi, una aseguradora valorada en 850 millones, solo contratan a quienes aceptan trabajar los siete días de la semana. El regalo de bienvenida: un colchón para dormir en la oficina. La vida social gira en torno al trabajo, y la alimentación se reduce a menús funcionales diseñados por gurús de la longevidad como Bryan Johnson.

En los eventos de inteligencia artificial, el alcohol brilla por su ausencia. No solo porque muchos fundadores aún no tienen la edad legal para beber, sino porque la sobriedad se ha convertido en símbolo de compromiso y disciplina. El hedonismo y la holgazanería no tienen cabida en la nueva élite tecnológica.

Este cambio de paradigma plantea interrogantes sobre el futuro de la innovación y el bienestar en la industria. La sobriedad puede impulsar la productividad, pero también puede acentuar la presión y el aislamiento. Lo que está claro es que Silicon Valley ha dejado atrás la era de los brindis y las fiestas para abrazar una cultura de trabajo casi monástica, donde el éxito se mide en horas dedicadas y líneas de código, no en copas levantadas.

Germán Huertas

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La sobriedad de Silicon Valley: cómo los nuevos líderes tech están cambiando las reglas del juego

Mientras la boda de Jeff Bezos y Lauren Sánchez en Venecia acapara titulares por su “modestia” de 15 millones de euros, en Silicon Valley se está gestando una revolución silenciosa: la cultura del alcohol está en declive entre los jóvenes emprendedores tecnológicos. Las estadísticas globales lo confirman: el consumo de vino ha caído un 21% en los últimos años, y la tendencia es aún más marcada entre las nuevas generaciones de innovadores.

El cambio no es casual. Figuras como Sam Altman (OpenAI) y Mark Zuckerberg (Meta) han declarado públicamente su abstinencia, prefiriendo la productividad y la claridad mental a las copas en las reuniones. Elon Musk, aunque conocido por sus excentricidades, también evita el alcohol, optando por microdosis de ketamina, una tendencia en auge en Silicon Valley. Jeff Bezos es la excepción: disfruta del vino, pero siempre con moderación.

Esta nueva ética se refleja en el día a día de las startups. Los jóvenes fundadores han desterrado los brindis y las fiestas regadas de alcohol. Ahora, las reuniones importantes se celebran en saunas, gimnasios o incluso durante largas jornadas de programación. El alcohol ha dejado de ser el lubricante social; la eficiencia y la ambición lo han reemplazado.

Un reciente reportaje de The Wall Street Journal destaca cómo los emprendedores que han pasado por aceleradoras como Y Combinator —cuna de empresas como Airbnb— priorizan el trabajo por encima de todo. Marty Kausas, fundador de Pylon, presume de semanas de 92 horas laborales y vacaciones interrumpidas por el estrés de construir una empresa valorada en miles de millones. “¿Por qué ir a un bar si puedo estar creando una compañía?”, resume una joven fundadora de fintech.

La cultura de la oficina 24/7 se ha institucionalizado. Empresas como Corgi, una aseguradora valorada en 850 millones, solo contratan a quienes aceptan trabajar los siete días de la semana. El regalo de bienvenida: un colchón para dormir en la oficina. La vida social gira en torno al trabajo, y la alimentación se reduce a menús funcionales diseñados por gurús de la longevidad como Bryan Johnson.

En los eventos de inteligencia artificial, el alcohol brilla por su ausencia. No solo porque muchos fundadores aún no tienen la edad legal para beber, sino porque la sobriedad se ha convertido en símbolo de compromiso y disciplina. El hedonismo y la holgazanería no tienen cabida en la nueva élite tecnológica.

Este cambio de paradigma plantea interrogantes sobre el futuro de la innovación y el bienestar en la industria. La sobriedad puede impulsar la productividad, pero también puede acentuar la presión y el aislamiento. Lo que está claro es que Silicon Valley ha dejado atrás la era de los brindis y las fiestas para abrazar una cultura de trabajo casi monástica, donde el éxito se mide en horas dedicadas y líneas de código, no en copas levantadas.

Germán Huertas

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